Un dia en mateo por Palermo
Es imposible pasear por el Zoológico de Buenos Aires sin sentir un impulso irrefrenable de sentarse en un mateo.
Recorrer la belleza de Palermo a bordo de un carruaje de estilo colonial, comandado por un chofer muy especial, que hará de la nuestra una travesía única donde las anécdotas y las notas de color serán las protagonistas.
Rodolfo Loretta tiene 82 años de vida, de los cuales 72 fueron dedicado a su pasión por los caballos, transmitida por su tío, quien le dejó como herencia todo el saber y dedicación hacia estos simpáticos alazanes. Adentrémonos en la vida de este hombre, para quien su mejor amigo no es el perro, sino la “Rubia de Palermo” que, hermosa y brillante, nos conduce al galope por todo el barrio.
No sin cierta melancolía, Rodolfo nos cuenta su parecer acerca de su profesión. “Hoy somos aproximadamente quince, pero lamentablemente ya no podemos vivir de esto: la mayoría de nosotros debe tener otro trabajo para subsistir”. Esto no siempre fue así, según nos cuenta, pero los años y las sucesivas crisis económicas, han hecho que el paseo en mateo ya no sea tan transitado como años antes. No obstante, Rodolfo disfruta del paseo como un visitante más. Cuenta orgulloso que la relación entre los quince conductores de mateo es más que envidiable: todos ellos son amigos, y disfrutan de los momentos de descanso donde pueden tomar unos mates e intercambiar anécdotas sobre viajes y pasajeros.
Mientras paseamos por el Rosedal de Palermo, comenta Rodolfo que la suya es una profesión en vías de extinción, no solamente por lo anteriormente dicho, sino porque también la pasión por los caballos, que a Rodolfo lo atrajo hacia el mateo, está muy poco presente en las nuevas generaciones, que en general no se acercan a aprender el oficio. Pero este es sólo un comentario al pasar, que se esfuma al compás del “OHHHHHHHH YEAHH” que Rodolfo le grita a su Rubia de Palermo para que continúe nuestro viaje. Es que la Rubia tenía sed y paró unos instantes a tomar agua en la calle. Pero el recreo terminó y nuestro viaje sigue, al trotecito enérgico de una Rubia renovada luego de beber, y preparada para continuar.
Un capítulo aparte merece la fisonomía del carruaje de Plaza donde se emplaza el mateo. Cada uno de ellos tiene su particular identidad, conformada por los diferentes detalles que pueden observarse al recorrer con la mirada cada rincón del carruaje, al detenerse en una mamadera, o pasar por un payaso triste, o seguir la recorrida por la numerosa cantidad de flores que lo adornan, no podemos más que pensar en el significado de cada elemento que componen este cuadro. Son objetos con historia, llenos de instantáneas de diferentes épocas, que pintan no sólo un carruaje, sino también un barrio, y por qué no una ciudad. Y a bordo de este carruaje, Rodolfo, el compilador de esa historia de objetos que cuenta el mateo, y que versa a coro con un espejo en el lateral del asiento, como invitando a disfrutar el viaje sin conceptos, a abandonarse al placer del recorrido, “Sin Palabras”.
Finalmente, arribamos al punto de llegada. Este Zoológico del que también partimos, pero que se ve distinto a la luz del viaje transcurrido, luego de escuchar las anécdotas y la historia de Rodolfo, luego de conocer a la Rubia de Palermo. Luego, en fin, de recorrer ese Palermo con sus inmensos bosques, su Planetario y su Jardín Japonés, a bordo del mateo, una de las más fascinantes maneras de conocer uno de los barrios más hermosos de esta ciudad.