<< Ver Todas las Noticias

Un paseo por La Boca

Barrio tanguero y futbolero, cuna de inmigrantes...

No es novedad alguna si decimos que La Boca es un sitio de visita obligada. Este barrio, nacido en el siglo XVI cuando desembarcó allí el primer fundador de Buenos Aires, Don Pedro de Mendoza, recibe su nombre de la particular forma que adquiere allí la desembocadura del Riachuelo.

Tierra de inmigrantes La Boca fue asimismo la cuna del tango, y sus pintorescas fachadas no pueden despegarse de su historia, cuando en sus orígenes los habitantes del barrio (en su mayoría inmigrantes italianos) pintaban sus casas con los sobrantes de pintura que quedaban, los cuales pertenecían en su mayoría a colores bastante poco usuales como amarillo, rojo y verde. Esta anécdota circunstancial fue trazando una personal e inconfundible línea estética al barrio, estilo que pocos años después retomó Benito Quinquela Martín, habitante del barrio, que se convirtió en el pintor característico de la zona, una suerte de “prócer artístico boquense”.

Desde el Río
Para completar una excelente recorrida por La Boca, luego de recorrer sus calles y la imperdible “Caminito”, nada mejor que tomarse una horita para recorrerla desde el Río.

Nuestro paseo comenzó a las 13hs. Salimos de Vuelta de Rocha y, al ritmo de la música tranquila que acompañaba nuestro viaje desde los parlantes, empezamos la marcha que emprendería su retorno en el Río de La Plata.

El guía bilingüe nos explicó tanto en un perfecto inglés como en un correcto castellano, que el Riachuelo (de donde estábamos partiendo), con una extensión de 65km de largo, constituye el límite natural entre Capital y Buenos Aires. Recorrimos su extensión, teniendo una increíble vista panorámica del barrio de La Boca, que minutos antes habíamos recorrido y que ahora se veía como una estampa colorida y lejana, extraña a toda referencia temporal. Pasamos por la Isla Maciel y pudimos observar a los boteros, que transportan gente en bote desde La Boca hasta la Isla.

La siguiente referencia del guía se ocupó de señalarnos los “puentes en el tiempo”. Así fue que conocimos navegando el transbordador Nicolás Avellaneda, el más antiguo de todos; el siguiente puente que data de 1940 y finalmente la Autopista Buenos Aires La Plata, construido en la década de los noventa. Este pasaje por los diferentes puentes nos trasladó a través del tiempo, mostrándonos los distintos tipos de construcciones de cada época, según los recursos y las necesidades del momento.

No pudimos dejar de observar tampoco el imponente Cementerio de Barcos, con grandes construcciones de tiempo inmemoriales encalladas en una suerte de museo flotante, un muestrario de diferentes estilos y épocas a través de las distintas embarcaciones en desuso.

En el sector “4 bocas”, siguiente punto de referencia, se unen el Río de La Plata, Dock Sur, y la Dársena Sur. Pasando por allí fue cuando desembocamos en el Río de La Plata, el río más ancho del mundo (tiene 270 km de ancho) con 210 km de largo. Desde allí, antes de iniciar la vuelta, tuvimos una vista panorámica de la ciudad, donde llegaba a verse el sector de Puerto Madero, con su imponente Casino Flotante, Retiro, y, por supuesto, lo que había sido nuestro punto de salida y era ahora nuestro destino, La Boca.

Volver
En el viaje de vuelta el paisaje de La Boca, que antes habíamos dejado atrás, se volvió más nítido. Las fachadas del barrio, de fines de Siglo XIX y principios de Siglo XX, que tanto inspiraron a Benito Quinquela Martín, se tornaron completamente encantadoras desde el río. Los colores, las construcciones antiguas, trascendieron el tiempo en un viaje que dejó de estar por un momento en el aquí y ahora de este 2006 para desprenderse y lograr una entidad propia, lejana y tan próxima como nos lo permitía nuestra propia mirada.

El paisaje de barcos enormes, de dimensiones titánicas, completó a lo largo de esta travesía un viaje inolvidable, ideal para tomar fotografías y llevarse recuerdos de una ciudad que respira a través de su historia, que navega a través de su pasado, que convierte cada una de las vistas en leyenda, en inscripciones indelebles como las de muchos barcos, que denotan el paso del tiempo, y que nos permite visitar por una hora sus secretos y sus bellezas.