Mes... SÍ
Con sufrimiento, Argentina ya está en octavos
Suelo trabajar con el diccionario al lado, fiel compañero. Siempre me saca de algún apuro. Lo uso por trabajo pero también porque, como en este momento, necesité buscar una definición que creo que nos caracteriza a los argentinos. Hablo de la histeria. En este caso, en pleno mundial, quería saber si la definía en su carácter de “colectiva”. Y sí. Dice el diccionario de la Real Academia que es “el comportamiento irracional de un grupo o multitud producto de una excitación”.
La histeria parece estar en el gen argentino. ¿Producto de qué? No lo sé muy bien; podría ensayar un par de respuestas, pero no me quiero ir del tema principal: Brasil 2014.
Llega un mundial y nos convertimos en Bruce Willis en The Jackal. Somos la Butteler, la 12, los Borrachos del Tablón y la Guardia Imperial… sí, todas juntas. El que no “aguanta los trapos” es un antipatria. Y la tevé despliega un arsenal de publicidades “alienta selección” con la dosis exacta de mayonesa, puro huevo. La voz en off afónica de un locutor que trabaja una vez cada cuatro años, camisetas agotadas que no te ponés nunca más (sobre todo porque en el próximo mundial se estrenará otro modelo e irás como loco corriendo a conseguirla), discusión de estrategias con tus compañeros de trabajo (los mismos que la mujer les pega 4 gritos y no van a jugar un picadito porque “hace un frío bárbaro), puestos ambulantes de la parafernalia marquetinera de los gorritos, bufandas y cornetas albicelestes.
Tenemos la libido al palo y, como ocurre con algunos animales cuando están excitados, respondemos con agresividad a cualquier cosa que nos digan en ese proceso erótico que vivimos durante el mundial de fútbol.
Argentina jugó con Irán su segundo partido de la primera fase. Como ocurrió con Bosnia, la actuación de nuestro seleccionado dejó que desear. El patrioterismo, que también llevamos en los genes, nos hace salir a despilfarrar un cancionero completo anti-todo. Miramos de costado a los rivales y les decimos “no son nadie, son todos unos muertos”. Escuchamos a un par de amigos (y claro, a todos los periodistas de Fox Sport) armar el equipo que va a jugar en cuartos de final. Uno grita desafiante que Messi es lo que es gracias al marketing, otro le contesta con la calentura resonando en las cuerdas vocales que no diga boludeces, que la selección es Messi y 10 más. Le cantamos a los brasileros “qué se siente tener en casa a tu papá” (¿estamos todos locos?) y gritamos en la cancha, mientras está jugando el equipo, “Maradó, Maradó”.
Lo cierto es que hoy quise llamar a Samuel. Pero no tengo el teléfono. Y no hablo de Samuel Jackson, del que tampoco tengo el teléfono. Hablo de Walter “the wall" Samuel. En cada pelota que llegaba de aire al arco de Chiquito Romero hubiera querido tener una pared, o mejor un paredón que tapiara los 3 palos. Los iraníes no abrieron el marcador porque son malos definiendo, porque el árbitro no vio o no quiso ver el penal que hizo Zabaleta “el maleta”, porque Romero tapó 3 mano a mano increíbles, y porque… no sabemos bien, pero alguna fuerza divina les jugó en contra.
Y lo que comenzó en el Mineirão como Festilindo, terminó en un silencio de “estoy con el c….lo a 4 manos”; mientras veíamos azorados al maleta volver a perder la pelota en la mitad de la cancha y a un iraní irrespetuoso metiendo un pase al mejor estilo Riquelme (como con un guante) para que el delantero Reza le ganara la espalda a Mascherano y se fuera derechito a nuestra área. Casi me convierto al catolicismo.
Mientras tanto llegaban mensajes de texto rezando “estos perros no le ganan a nadie; no le meten un gol ni al Arco del Triunfo; esto pasa porque no convocamos a Tevez; ganan millones y están penando con 11 que no los conoce ni la madre; la culpa es del Diego que se apareció en el estadio, es mufa”. Somos los ases del panquequismo con crema, dulce de leche y ron.
Cuando estaban por bajar la persiana del estadio Messi remató desde afuera del área, desde Cidade do Galo. Y la clavó con un martillo neumático. Ganamos 1 a 0 y clasificamos para octavos.
Reconocer nuestras debilidades nos puede fortalecer. Pero no, seguimos por la vida creyéndonos amo y señor. Ojalá no nos pongan el sopapo ni tengamos que salir de Brasil como la Kulliok, con lágrimas en los ojos.