El campeador
Las camisetas no mienten: seis más ocho es 14.
Vas por los caminos, agazapado, siempre con el ojo entrenado y listo para la carrera final, en busca de tu presa. No tenés capa, ni espada. Tampoco caballo para casos de apuro. Sabés esperar. Sabés salir al encuentro. Sabés que hay distintos caminos que pueden llevarte a donde te dirigís, y conocés al dedillo la mayoría de ellos. Te conozco, caballero. De algún libro que duerme, ya leído, en la biblioteca. Y de otro libro que todavía no fue escrito, que aún es un borrador garabateado en unas hojas sueltas.
Más de 24 horas necesité para poder repasar en mi cabeza tus pasos, guerrero. Y no logro comprenderte. No entiendo cómo hacés para trasladarte en tiempo y espacio, como si ambos fueran una misma cosa. Polos opuestos. Eso somos. Y quizá sea precisamente eso lo que me atrae de vos. Racional, de cabeza fría y pecho caliente. Mi mano tiembla a la hora de decisiones importantes. Mi voz tirita. Mis ojos lloviznan. Vos podés. Eso siento. Vos podés.
Arropame y llevame de paseo por ese bosque de 100 metros que solés convertir en miles de kilómetros. Y contame los cuentos con los que sabés entretener al adversario. Soy frágil, me quiebro, grito mudo que agoniza en mi pecho. Verte es saber que hay algo más, que siempre hay algo más para hacer. Te suelto, te dejo por momentos y no miro. Te perdés en las sombras y el sol es de otro. Pero sé que seguís ahí, cerca y atento.
No te escucho, ojalá pudiera. Pero te imagino. Imagino cada palabra que algunos cuentan que decís. Imagino tus pausas, tu arrebato, la chispa de tus ojos, el puño apretado, los dientes que se estrellan y apenas dejan espacio para que tu voz eclipse a las otras 10 lunas.
Una sierra erguida frente a la cordillera. Sin temor, con la certeza del que sabe quién es. ¿Qué es el miedo? ¿Te lo preguntás? Yo sí. Temo 90 minutos seguidos. Como mínimo. Pero es que estoy de este lado, mirándote sin que me veas. Sin que puedas darte cuenta que nada me haría más feliz que esperar atrincherada detrás de un árbol añoso para salir al rescate, yo también, si hiciera falta. Para proteger a la amada, esa que sabe de esperas. La que aguarda con paciencia cuatro años que me parecen una eternidad.
Rescatame de la letanía, de las miles de oraciones en las que se invoca a D10s, a su hijo y al Pope. Decime que no es la última página, que mañana me leerás otra más. Aunque sea una mentira a medias. Aunque sepas que me vas a leer el final del capítulo ilusioname con la posibilidad de retomar la lectura dentro de unos años. Gracias, guerrero. Por tus sandalias gastadas y tu brazo fuerte; por convencerme de que, en cuestiones de fútbol, el agnóstico es converso sin cruzar la puerta de la iglesia.