No pasa naranja...
Argentina venció a Holanda y jugará la final del mundial 2014 con Alemania
El martes 8 de julio fui a ver a unos amigos de la calle. Como pasa cada semana desde que arrancó el mundial, comentamos los partidos que pasaron y los que vendrían. Hablamos de la goleada de Alemania a Brasil y nos esperanzamos con lo que sería Argentina-Holanda.
La mayoría aseguraba que pasábamos a la final. Mi seguridad, en cambio, estaba confundida; más bien escondida bajo la colcha sobre la cual lloré el 4-0 contra Germany en 2010. Brian es uno de mis amigos de la calle. Es un amigo nuevo del Pasaje Oruro. Es bajito y morrudo, con rulitos como “el Diego”, y hasta a veces le patina cuando habla.
Brian me miró fijo y me dijo “el lunes que viene festejamos, amiga; tomá, esto te lo regalo de corazón, es para la suerte”. Me dio una bufanda con los colores de la selección y me pidió que me la pusiera delante de él. Así seguí el resto de mi recorrida esa noche, y así volví a casa, con la bufanda al cuello.
9 de julio en casa. Sin amigos ni familiares. En casa, y con almuerzo express que no caiga muy pesadito. En casa, y olvidate de la merienda. En casa, y moviendo las manitos para manejar un poco (solo un poco) la ansiedad pre partido. En casa, y ya están cantando el himno. En casa, y no termino de colgar la ropa en el ténder. En casa… y a la bosta, me saco las zapatillas y me interno en el sillón.
Confieso que grité un gol del Pipita. ¿Yo sola la vi adentro? Y me paré cuando Palacio debía tirar un sombrero por encima de Cillesen, pero la pelota terminó en las manos del arquero holandés. Me sentí afiebrada, mi cara tomó un color bermellón. Mi corazón se paralizó cuando vi a Masche tambaleando en la mitad de la cancha y desplomándose sobre Wijnaldum, con quien había chocado unos segundos antes, al ir a buscar ambos una pelota aérea.
Me tapé la cara con un almohadón cuando Robben desbordó por la izquierda y Demichelis le abrió el paso como diciendo “por acá, señor”, mientras evitaba que el pelado se tirara en la entrada del área y nos cobraran penal a escasos minutos de terminar el partido. Ahí estaba Masche. Siempre Javier Mascherano para cerrar el paso, para ser el que tiene la última palabra. Un león que recorrió toda la cancha y mereció ser el “man of the match”, que finalmente se llevó nuestro arquero.
Los 90 minutos terminaron con un amarrete 0-0 en el Arena Corinthians. El complementario también. Ok, penales… pero no puedo ver penales. Ni escucharlos. Es un momento traumático para mí. Así que corrí a la mesa de luz y busqué unos tapones para los oídos. Después busqué la bufanda de Brian y la puse sobre una silla, al lado mío. Mis manos se dirigieron a los ojos, los cerré fuerte. Y esperé, repitiendo un mantra, que algún salto de mi novio me dijera en qué andábamos.
Escuché, muy bajito, que Bruno decía “ya estamos, ya estamos, si mete este, ya estamos”. Después de eso fueron lágrimas y abrazos. Fueron tomarme la cabeza y sentir que soñaba. Fue ver a Messi corriendo y gritando entre llantos “goooooooool”; a la fiera Rodríguez a upa de chiquito Romero, que atajó los penales de Vlaar y Sneijder; a Mascherano y Garay arrodillados de cara al cielo, sin fuerzas para salir corriendo como hizo el resto del equipo; aLavezzi llorando a moco tendido; al "pachorra" Sabella saltando en ronda con todo el cuerpo técnico, como si fueran niños otra vez.
Salí a la fiesta callejera, todo era bocinas, cantos, colectivos y autos atascados en la Avenida Rivadavia cortada por miles de vecinos que se arrojaron a bailar y saltar, a gritar que estamos en la final. La cena obligada de la noche fue una buena pizza porteña acompañada de una excelente cerveza holandesa. El postre fue la repetición del partido, viéndolo con la calma del que sabe que lo que pasó ya nadie lo puede borrar.
En la silla sigue descansando la chalina de Brian. Cruzo los dedos para que, al verlo la próxima semana, me diga “¿viste, amiga? ese pañuelo es de la suerte”.