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Tschüss, Argentina... nos volveremos a ver

Argentina no pudo con Alemania y se quedó con el subcampeonato

Bajó rodando, en picada, por el hueco oscuro. Rodó y rodó hacia las profundidades, sin ver, sin saber muy bien hacia dónde se dirigía. Seguía al conejo dorado, eso era lo que la mantenía en vilo cada vez que abría los ojos. Lo siguió durante un mes y un día. Completo, sin una hora de menos.

En uno de los recovecos del túnel observó un reloj que salía de un bolsillo desconocido y, siempre apurado, sonaba sin parar para dar por terminado el partido que apenas si recordaba haber disputado.

Lociones para empequeñecer al adversario, galletas para engrandecer al equipo propio. La extraña aparición de una sonrisa sin rostro, tan parecida a la del gato de Cheshire, que no se veía desde hace más de veinte años. Charlas filosóficas en vestuarios con forma de casas de familia, de bares, de plazas al aire libre, de panaderías, de caminatas en una vereda cualquiera.

Brasil 2014 fue el abrazo con un desconocido. La alegría de disfrutar un partido cualquiera en una merienda de locos; sin el sombrero, sin la liebre de marzo ni el lirón, pero con amigos y sin horarios, pues el reloj de este mes es tan especial que dice el día, pero no la hora.

Un recorrido tan extenso y casi sin descanso que de solo recordarlo dan ganas de dormir, hasta dentro de cuatro años. Hubo peajes en Río de Janeiro, Belo Horizonte y Porto Alegre. Nada de pic nic al lado de la ruta ni de paleta en la playa. Nada de duquesas que inviten a banquetes de palacio, ni de jardineros con forma de naipes.

Rodar es una obligación, y es la única opción. Rodar en un picadito filmado desde un morro, porque la prensa no tiene permiso para meter las narices a gusto y piacere. Rodar desde las manos de un arquero que evita que un penal se convierta en gol. Rodar en el aire, y rodar sobre el césped. Rodar sin parar porque nadie quiere que este mes se acabe.

Rodar hasta el último partido, con los fuegos artificiales preparados en tres países y dos continentes. Cancha llena, corazón contento. Y al girar, ahí está… ¡es la reina, la reina de corazones! Obliga a disputar su juego de croquet y nadie se puede negar. De lo contrario mandará a ¡que nos corten la cabeza!

Y mientras se sueña el sueño de grandeza, de gloria, de héroe, Götze, con su cara de niño travieso, nos sacude la manga de la camiseta y nos dice que despertemos, que la siesta terminó y que el conejo dorado ya tiene dueño.

La brazuca dejó de girar. El Maracaná festeja a Alemania. Argentina es subcampeón con ganas de seguir corriendo, con medalla de plata y balón de oro, con la sensación dulce y tardía de que hay equipo.

¿Cómo no extrañarte ya, mundial de fútbol? Llenaste las tardes de invierno con la magia de grandes tapadas. Neuer, el mejor, a pesar de la falta al Pipita. Pero también Romero, Navas, Bravo, Courtois y Howard. Cómo no extrañar los tiros libres de Messi. Los goles al son de la cumbia colombiana del goleador de campeonato, James Rodríguez. De zurda, de cabeza, de bolea, con gambeta y con bailecito incluido.

Cómo no querer tener editado un DVD de los mejores momentos de Mascherano desde el 12 de junio pasado hasta ayer, domingo finalista. Y cómo olvidar las máximas que la imaginación argenta multiplicó a cada segundo, como si compitiera contra la velocidad de la luz. Cómo pasar de largo ante el “Movimiento para que el Pocho Lavezzi juegue sin camiseta” que pulula en Facebook y que tiene a varias de mis amigas como fervientes seguidoras.

#Brasil2014 dejó la torre de Pisa de Sabella y el chorro de agua sobre su rostro, a manos del siempre divertido Pocho. A algunas potencias volviendo a casa en primera ronda. Dejó las aceleradas de Robben y también sus foules simulados. Dejó los que pintaban para partiditos y se convirtieron en partidazos. Dejó al primer campeón extra americano ganando en nuestro continente. Dejó caravanas y duelos de hinchadas en los fan fest de las playas brasileras. Nos dejó mordidas caninas y tapas de diarios divertidas. Y también nos regaló la imagen de una mini moto armada con un cajón de cerveza Skol andando a toda velocidad.

Gracias, Mundial. Por la fiesta, la alegría y la pasión. Gracias por el fútbol, gracias por el capitán sin cinta, gracias por hacerme creer, siempre, que todo es más lindo con la redonda bajo el pie.