#Otro bar histórico. El Flamingo de Paraná...
Paraná tenía en 1901 un café que para la época estaba a la misma altura de los de BsAs
¿QUIÉN NO SE TOMO UN CAFÉ EN EL FLAMINGO?
Todo pueblo posee su plaza, una iglesia, una municipalidad, una historia de fundación, pero lo que no le puede faltar a un pueblo, a una ciudad, es su café.
El café es el lugar de encuentro por naturaleza.
Ahí se dirimen cuestiones de la política nacional y local, diferencias futbolísticas irreconciliables, cuestiones y cosas que en algún momento había que hablar, pero por sobre todas las cosas un café es el reloj sin agujas de cada pueblo o ciudad.
Ahí, desde tiempos inmemoriales uno se enteraba de quién heredó, quién malversó la herencia, quién se casa, quién se ganó la lotería, quién fue padre o abuelo, quién se enamoró de otra. o de otro, quién se divorcia, quién se tiene que rajar del pueblo.
Lo que pasa afuera, lo que esta por suceder, todo se sabe adentro del café.
Y el café de Paraná siempre fue el mismo....
Gransac, Plaza Bar, Flamingo, Gran Flamingo, fueron sus nombres con los que reinó y seguirá reinando siempre desde la misma esquina (....y vendrán otros nombres seguramente...)
Ubicado en la esquina de Urquiza y San Martín, frente a la principal plaza de la ciudad, la Plaza 1° de Mayo.
Mirarlo nos transporta en segundos a la belle epoque parisina donde los altos techos, las ventanas interminables, la presencia del mármol italiano en los amplios salones y las gigantes lámparas de araña eran parte del glamour del nuevo siglo que recién iniciaba, allá por el 1900.
La propiedad pertenecía al “Gran Hotel Gransac”, de tres pisos de altura y con algunas particularidades futuristas para la época (fue el primer edificio de Paraná en tener luz eléctrica) y allí, en su planta baja se instaló el Flamingo.
De la vieja Europa llegaban los mejores champagnes y cognacs del planeta, que aquí se romantizaban con masas secas y finas, y caballeros vestidos de etiqueta y peinados a la gomina.
Grandes moños y elegantes sombreros con flores y plumas decoraban los cabellos de aquellas damas. De día, los vestidos cubrían por completo el cuerpo por medio de cuellos altos y mangas hasta la muñeca, mientras que de noche los vestidos eran brillantes y mostraban osados escotes
El Flamingo, como lo siguen llamando aún hoy los paranaenses fue cambiando de nombre y aspecto muchas veces, pero siempre estuvo allí, en la misma esquina y tal como dice el genial Sabina “nadie lo pudo cerrar”.
Sus historias y anécdotas son infinitas, y al igual que sucede con los cafés notables de otras ciudades, hay mesas que son “la mesa ” y guardan la historia (irrecuperable toda) de absolutamente todo. Tal como sucede en la famosa “mesa de los galanes” en El Cairo, Rosario. Otro imperdible café de la vecina provincia de Santa Fe. .
Dicen los más viejos de edad que en el Flamingo una noche de Agosto de 1933 cantó Carlos Gardel, de manera espontánea, ya que se encontraba alojado en la suite del hotel y una multitud lo esperaba al bajar las escalinatas. Fue a capella, sin banda, pero sirvió para enaltecer la memoria colectiva.
Hoy, el Flamingo ha cambiado pero sigue siendo el mismo. El pasado glorioso y el presente mediocre del país se debaten en cada mesa, en cada cuchara que revuelve una y otra vez la misma taza.